DESAFÍO EN LA CIUDAD MUERTA (1958)

A John Sturges le debemos la autoría de al menos dos clásicos incontestables del western, Duelo de Titanes y Los Siete Magníficos, pero también cuenta como muescas de su revólver cinematográfico otros títulos menos conocidos pero no por ello menos disfrutables, como por ejemplo Fort Bravo, El Último Tren de Gun Hill, El Sexto Fugitivo o el que nos ocupa, de futurista y casi distópico título en español (un diez aquí para los responsables) en el que se nos presenta una historia tan simple como efectiva: Un prisionero, Clint Hollister, interpretado por el gran Richard Widmark, es liberado por un antiguo compañero de fechorías, Robert Taylor, el Jake Wade del título original. Pese al detalle con su antiguo socio y antes de separar sus caminos en lo que Wade presupone que será para siempre pronto veremos que entre ellos todavía hay cuentas importantes que saldar y todo apunta a que se volverán a ver, como es lógico. Sturges, director de estilo sobrio y duro, haciendo gala de una considerable economía narrativa, nos introduce en una trama típica de antiguo forajido que quiere vivir una vida normal alejada de la delincuencia, pero el destino o simplemente, apelando a algo más prosaico, una mala decisión del pasado, hará que que este vuelva a cobrarse esa deuda con intenciones definitivas.

El itinerario que recorrerán nuestros protagonistas, más los secundarios, en busca de un antiguo botín enterrado en un lugar que solo Wade conoce, servirá a Sturges para ir desgranándonos detalles de la relación que vivieron ambos pistoleros y en el que finalmente ese botín aparecerá más como un McGuffin que no algo realmente deseado por Clint, pues parece más dolido por el abandono que sufrió por parte de Jake que no por el hecho de no haber podido disfrutar de ese dinero. Y es aquí donde Sturges parece insinuar, muy sutilmente, o eso me parece a mi, una antigua relación homosexual entre ambos fuera de la ley, lo cual sin duda enriquece la sencilla trama y pone en primer plano la psicología de los personajes acentuando los sentimientos por encima de lo material. Los paisajes también son importantes en la película, fotografiada por Robert Surtees, padre de Bruce Surtees, antiguo fotógrafo de Clint Eastwood, donde las cordilleras de las Montañas Rocosas aíslan a nuestros protagonistas en una envolvente soledad, lo que unido a ese acertado título en castellano, lugar donde está enterrado el botín , y que recuerda al pueblo desolado de Cielo Amarillo de Wellman, dota a la película de un aura fantasmagórico coronado por ese pequeño cementerio donde se desarrollarán los últimos momentos del film, y quién sabe si inspiró a Sergio Leone para su duelo final de El Bueno, el Feo y el Malo.

En resumen, buen western, sobrio, corto y entretenido, de narración sólida y bien interpretado al que quizá se le pueda reprochar algo más de tensión al final o un mejor clímax, pero recordemos que se trata de un título menor en el género, que se disfruta sin problemas y con suficientes atractivos para no desmerecer demasiado al lado de otros más prestigiosos.

Artículo escrito por Cris, al oeste del Pecos