Si
me preguntan cuál ha sido la mejor banda de los noventa (que nunca
lo fue) mi respuesta siempre será la misma: La asombrosa formación
surgida de San Francisco, JELLYFISH. Lo tenían todo para haber
triunfado: Una imagen llamativa y colorista, unas influencias obvias,
incluso trilladas si me apuras, pero potencialmente asumibles por el
gran público (Beatles, Beach Boys, Cheap Trick, Supertramp, Queen,
ELO, Fleetwood Mac, 10cc, Badfinger, etc…) y, sobre todo, lo más
esencial, no caían en el simple pastiche, componiendo ‘temazos’
como catedrales. Detrás
de dicho grupo se escondían dos geniecillos que ya se conocían
desde la época del instituto y que habían formado parte de los
anecdóticos Beatnick Beatch a mediados de los ochenta; unos
asombrosos alquimistas de las melodías pop y de los estribillos
perfectos como eran el vocalista y peculiar batería, Andy Sturmer y
el teclista y segunda voz, Roger Joseph Manning Jr. También les
acompañaba en su primera etapa el talentoso guitarrista procedente
de Three O’Clock, Jason Falkner; pero joder, es que estos tipos
iban tan sobrados de creatividad y talento en aquella época que ni
tan siquiera había espacio para él a la hora de aportar
composiciones, así que tras la gira del primer álbum, Falkner tomó
la conveniente decisión de probar suerte en solitario. Pero esa,
como suele decirse, es otra historia. ¿Por
dónde iba? Ah, sí… El caso es que Jellyfish grabaron dos álbumes
absolutamente imprescindibles, llenos de gemas pop pluscuamperfectas
de una imaginación desbordante y plagadas de armonías vocales
ensoñadoras que no han hecho más que acrecentar su valor con el
paso del tiempo: ‘Bellybutton’ (1990) y su ‘tour de force’ y
la obra maestra por la que se les debería recordar, ‘Spilt milk’
(1993).
Dicen
las malas lenguas que se gastaron tal pastizal grabando este último
trabajo, en el que tanto Andy como Roger dedicaron de un modo
obsesivo todos sus esfuerzos a experimentar en el estudio bajo las
órdenes del reputado Jack Joseph Puig (busquen su rastro en los
esenciales ‘Amorica’ y el ‘Three snakes and one charm’ de The
Black Crowes) con el único objetivo de alcanzar la absoluta
perfección, y es tal la cantidad de matices
que se encuentran tras su soberbia y barroca producción, que la
compañía discográfica jamás recuperó tamaña inversión con las
exiguas ventas del mismo, pero yo os aseguro que vale cada dólar que
se invirtió en él.
Podría
enumerar alguna de las fantásticas composiciones que riegan
cualquiera de los dos trabajos; sirvan como ejemplo ‘Ghost at
number one’, ‘Calling Sarah’, ‘The king is half undressed’,
‘Bye bye bye’, ‘I wanna stay home’ o ‘Joining a fan club’
y mañana podría nombrar otras seis diferentes, pero es tal la
exuberancia de su propuesta que realmente no les haría justicia y lo
mejor es que los descubráis por vosotros mismos, si no lo habéis
hecho ya. La
auténtica realidad es que las ventas de ambos discos fueron
relativamente pobres, especialmente decepcionantes en el caso de
‘Spilt milk’, un álbum muy denso compositivamente para los
estándares del pop y que requería de mucha atención por parte del
oyente, y eso a pesar de las buenas críticas de la prensa
especializada. Objetivamente, Jellyfish eran una banda desubicada y
fuera de su tiempo, que tuvieron que lidiar primero con la moda de
las bandas de hard rock de finales de los ochenta y luego con un muro
infranqueable como fue el rock alternativo y el grunge a comienzos de
los noventa. Su look aparentemente cool y positivo, que nos
retrotraía a los tiempos del flower power acabó volviéndose en su
contra, siendo un poco objeto de burla y pitorreo. Además Sturmer se
sentía cada vez más incómodo en el rol de líder de la banda, a
pesar de su indudable carisma escénico, con el problema añadido de
las tensiones creativas que se habían acentuado durante este segundo
álbum entre ambos compositores y que resquebrajaron su amistad.
Todos estos factores provocaron que la banda se disolviese sin
remedio en 1994. A
partir de ahí sus componentes se dispersaron e iniciaron las
correspondientes carreras en solitario, todas sin éxito, por
desgracia. Su ex guitarrista Jason Falkner es dueño de una
discografía tan intermitente como brillante, con álbumes tan
destacables como ‘Presents author unknown’ (1996), ‘Can you
still feel?’ (1999) o
el fallido supergrupo
que no llegó a ninguna parte formado junto a Jon Brion, The Grays,
y su notable ‘Ro sham bo’ (1994).
Roger
Manning Jr. en principio se asoció con el gran Eric Dover, un
talentoso vocalista y guitarrista que se había unido a Jellyfish con
motivo de la presentación en directo de ‘Spilt Milk’ y que
también ha tocado posteriormente con Slash o Alice Cooper, en un
efímero proyecto glam-pop que hubiese merecido mejor suerte,
Imperial Drag’ (1996), y partir de ahí Roger ha publicado algún
trabajo en solitario excelente, pero pasto de minorías como ‘Solid
state warrior’ (2005) o ‘Catnip Dynamite’ (2008). Pero
¿y qué fue de Andy Sturmer? Si me pedís mi opinión, y supongo que
desilusionado con la industria discográfica, su etapa post-Jellyfish
es un poco fiasco y un desperdicio de talento tan doloroso, que ríete
tú de los años improductivos de Axl Rose, ya sea ejerciendo de
productor de insignificancias como el dúo japonés Puffy o del
interesante ‘Bubblegum’ de los Merrymakers en 1997 y, a modo
alimenticio, componiendo
temas para series de animación del estilo Disney, Ben 10, Batman,
Transformers, etc; alejándose en un abrir y cerrar de ojos de la
vida pública hasta convertirse en una especie de Howard Hughes del
pop, de manera que prácticamente no existe una foto de Andy desde la
época de Jellyfish. Y ojo, estamos hablando de mediados de los
noventa. Eso ha alimentado el misterio acerca del inaccesible
compositor y el creciente culto sobre la banda que una vez lideró.
Mientras esperamos a que, de un modo improbable, Andy vuelva a dar
señales de vida algún día, sigamos disfrutando de los dos mágicos
álbumes que nos legaron los eternos Jellyfish.
Artículo escrito por Little Bastard
(fotos:Discogs. videos:JellyfishVEVO)
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