14 de diciembre de 2018

EL BAILE DE LOS VAMPIROS

EL BAILE DE LOS VAMPIROS(1967)
Hay veces que el cine nos depara homenajes de algún género determinado. Por lo general se recurre a la parodia en la mayoría de veces de forma exagerada. Acentuando el humor y plasmándolo con brocha gorda. Y que personalmente se me suele atragantar. Haciendo gala de unas escenas pasadas de vueltas, con un humor igual de zafio. Y en determinadas ocasiones se nos brinda la oportunidad de ver o descubrir ciertas obras que desprenden ese homenaje de la forma correcta. Donde su director nos muestra su amor por un género determinado (en este caso el terror), para deleitarnos con películas rebosantes de sabiduría. Así retrocedemos hasta el año 1967, para sacar a la luz una de esas películas que muchos amamos. Tras la cámara está el genio de un Polaco que suele siempre ser causa de polémicas. Me refiero a Roman Polanski.

Antes de la llegada un año después de una de sus cumbres como director “La semilla del diablo” (1968), Roman Polanski homenajea al cine de terror del subgénero de vampiros con este film llamado “El baile de los vampiros” (1967). Desde su presentación con el logo de la productora Metro Goldwyn Mayer, y ese cambio de león a una cara de demonio con vampiros, ya deja claro que ese film va a ser especial. De entrada esta película tiene la imagen sexy y recordada de la malograda Sharon Tate. Víctima de la masacre del psicópata de Charles Manson. Como actores aparte de esta bella mujer tenemos al propio Roman Polanski y al actor inglés Jack Macgowran. Estos dos actores dan vida por una parte al profesor Abronsius (Macgowran), y a su fiel ayudante Alfred (Polanski). Juntos recorren Transilvania en busca de pruebas que confirmen la teoría del profesor, y que son las de que entre nosotros existen los vampiros. Aunque nunca utilizan esa palabra, siempre son llamados “ellos”.

Sin duda eso le da cierto toque a mi entender, para desmarcarse de tan trillado nombre redundante hoy día. Así sus huesos van a dar hasta una posada en medio de un basto campo helado. Donde su posadero guarda a buen recaudo a su preciosa hija (Sharon Tate). La película en este tramo inicial se muestra como una sosegada comedia donde se nos va mostrando diferentes apuntes para ir pensando que los lugareños esconden algo. Un secreto que intentan ocultar para no tener posibles represalias. Con divertidas situaciones durante este tramo de película. Polanski dirige de forma perfecta escenas de una gran complicidad. Haciéndonos participes tanto del miedo que va cogiendo poco a poco el aprendiz, como de seguridad en sus convicciones el profesor.

Tras unos sucesos que desencadenan en la posada, entramos en la segunda parte del film. Así viajamos ante un lejano castillo que asoma desde los alto de una colina escarpada. Como en cualquier película de héroes y villanos, aquí el enemigo se viste con capa y colmillos. Para dar vida a este personaje Polanski contó con el actor alemán Ferdy Mayne. Que borda el papel con una actuación sobria. Manteniendo esa postura durante casi todo el metraje. Que solo se salta para dar alguna pincelada más cómica en pequeños momentos.

La cinta se muestra blanca, aquí no hay sangre para asustar. En los pocos momentos que la hay, lo hace como recurso simplemente de adorno. Estamos pues ante una película que se ha mantenido como una de las grandes (junto a El jovencito Frankenstein, para un servidor), comedias de homenaje más importantes ya no solo del cine de terror, sino del cine en general. Una obra que tanto la fotografía, su puesta elegante en el diseño, y la calidez de sus interpretaciones, la elevan de la mediocridad del resto. Nunca será destacada como una de las grandes obras de su director. Pero eso no creo que nos importe a los que sabemos ver y disfrutar con este gran homenaje que supo hacer a uno de nuestros subgéneros favoritos del cine de terror, el vampirismo.

Puntuación general: 10/10


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