Siempre la consideraré como una trilogía, pues la última ha llegado décadas después. Y si tengo que quedarme con una, es sin duda con su segunda parte. La más completa, y la que tiene más enjundia para mi. En 1981 llegaba este film nuevamente desde las antípodas. George Miller volvía de nuevo a traer al pobre Mad Max a las pantallas de cine. Lo hacía con otro presupuesto escueto (2 millones de dólares). Pero sin duda le sacó un buen rendimiento. Pues parece por su puesta en escena y medios, mucho mayor. Desde el principio Miller nos deja claro que ahora Max vive rodeado de nada. Los paisajes desérticos, el polvo en el aire, el calor asfixiante. Estamos pues ante un western puro y duro. Llevado al futuro apocalíptico. Sustituyendo los caballos por veloces vehículos de motor. En esta continuación nuestro antihéroe ayudará a una colonia de hombres en su lucha contra una horda de alocados villanos. Ahora la gasolina es el preciado tesoro que todo el mundo quiere. El guión es bien escueto, quizás demasiado simple. Y hubiera venido muy bien que su director incluyera alguna subtrama para darle más profundidad. Pero bueno, no vamos tampoco a ponerle muchos peros en ese sentido. Pues lo que se busca es el aspecto visual y la soledad de un mundo en ruinas.
La estética hay que reconocer hoy día que se antoja algo sadomasoquista. Todo lleno de cuero, y complementos como cadenas, pinchos y demás ferretería ambulante. En esta segunda parte Max se ha encerrado en si mismo. Nadie confía en nadie, o por lo menos debería ser así. Una sociedad que ya no existe, la ley no existe, y la vida futura casi tampoco. Es el día a día lo que cuenta, y poder ver el sol salir una vez más. Si algo tiene esta película que destaca por encima de lo demás, es sin duda sus persecuciones. La coreografía que jalonan las escenas son sencillamente brutales.
Como jefe del enjambre de humanos poco sociables está el villano llamado Humungus. Un tipo que se esconde tras una máscara al estilo Jason Voorhees en Viernes 13. Rodada por desiertos australianos, da esa sensación de soledad mundial que hace sentirnos desprotegidos y desvalidos. El film tiene un ritmo perfecto. Sabiendo cuándo hay que dar espacio para el asentamiento de sus personajes, y en que momento hay que acelerar y traer la acción de vuelta. Una película que funcionó bien en taquilla. Y convirtió a Mel Gibson en una estrella internacional.
Puntuación general: 8/10
La estética hay que reconocer hoy día que se antoja algo sadomasoquista. Todo lleno de cuero, y complementos como cadenas, pinchos y demás ferretería ambulante. En esta segunda parte Max se ha encerrado en si mismo. Nadie confía en nadie, o por lo menos debería ser así. Una sociedad que ya no existe, la ley no existe, y la vida futura casi tampoco. Es el día a día lo que cuenta, y poder ver el sol salir una vez más. Si algo tiene esta película que destaca por encima de lo demás, es sin duda sus persecuciones. La coreografía que jalonan las escenas son sencillamente brutales.
Como jefe del enjambre de humanos poco sociables está el villano llamado Humungus. Un tipo que se esconde tras una máscara al estilo Jason Voorhees en Viernes 13. Rodada por desiertos australianos, da esa sensación de soledad mundial que hace sentirnos desprotegidos y desvalidos. El film tiene un ritmo perfecto. Sabiendo cuándo hay que dar espacio para el asentamiento de sus personajes, y en que momento hay que acelerar y traer la acción de vuelta. Una película que funcionó bien en taquilla. Y convirtió a Mel Gibson en una estrella internacional.
Puntuación general: 8/10
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