Hoy
me apetece repescar la historia de una banda infravalorada y
olvidadísima, los Squirrel Nut Zippers, una ‘rara avis’ que nos
alegró la vida durante los deprimentes años noventa. Formados en
Chapell Hill (Carolina del Norte) a principios de esa década por el
extravagante matrimonio formado por el guitarrista y vocalista Jimbo
Mathus y la magnética presencia de Katherine Whalen (aportando tanto
su fascinante voz como su pericia al banjo y al ukelele); a ellos se
les uniría el compositor y guitarrista Tom Maxwell, Chris Phillips a
la batería, Don Raleigh al bajo y Ken Mosher al saxo,
principalmente. Englobados
erróneamente en aquel efímero movimiento denominado Neo-swing, en
el que bandas como Royal Crown Revue, Cherry Poppin’ Daddies o Big
Bad Voodoo Daddy intentaban recrear con mayor o menor fortuna e
inspiración a combos de jazz anteriores a la II Guerra Mundial, ya
sabéis, emulando el sonido crepitante de los viejos discos de
leyendas como Cab Calloway, Fats Waller, Django
Reinhardt o Johnny Ace. A los Zippers (cuyo nombre se rumorea que
provenía de un antiguo alcohol de contrabando y de un popular
caramelo de principios de siglo), esa etiqueta se les quedaba pero
que muy raquítica y volaban por libre. En realidad eran una
formación que escarbaba en las raíces de la mejor música americana
y a la que ningún género se les resistía: jazz, blues, ragtime,
country, folk europeo, calypso o lounge.
Tras
un prometedor debut, ‘The inevitable’ (1995) les llegaría el
inesperado éxito con el explosivo ‘Hot’ (1996), un trabajo
absolutamente embriagador y excitante cargado de singles tan
irresistibles como ‘Hell’, ‘Put a lid on it’ o ‘Got my own
thing now’ o instrumentales frenéticos como ‘Memphis exorcism’
o ’The interlocutor’, sabiamente intercalados por la suavidad de
composiciones como ‘Blue angel’ o ‘Twilight’, que servían
como ligero respiro. 12 temas sin desperdicio alguno, que todavía
conservan toda su frescura y espontaneidad y que se beneficiaban del
pique creativo de Mathus y Maxwell (con ocasionales aportaciones de
Mosher) y de una sección rítmica y vientos de alto octanaje. Era
tal su grado de popularidad en aquellos momentos que hasta
intervinieron en la ceremonia inaugural de los Juegos Olímpicos de
Atlanta del 96 o en famosos programas televisivos como los de David
Letterman o Conan O’ Brien.
Este
equilibrio compositivo se empezó a resquebrajar con su siguiente
álbum, ‘Perennial favorites’ (1998), que todavía mantenía el
nivel sin aparente esfuerzo pero en el que Mathus daba muestras de
que se iba haciendo paulatinamente con el control de la banda. En
realidad, tampoco importa demasiado porque la sucesión de temazos es
de órdago: ‘Suits are picking up the bill’, ‘Ghost of Stephen
Foster’ o ‘Trou Macacq’, por mencionar alguno; aunque ni un
trabajo tan brillante como éste podía evitar que el movimiento
neo-swing empezara a languidecer. Tras el inevitable álbum navideño
que todo artista yanqui se empecina en realizar en algún momento de
su carrera, ‘Christmas caravan’ (1998), decisiones contractuales
del matrimonio Mathus/Whalen tomadas a espaldas
del resto de la banda provocan la deserción de Tom Maxwell y Ken
Mosher, y una batalla legal durante los siguientes cinco años. De
todos modos, esos problemas internos no se dejan entrever en ningún
caso en el siguiente disco de la banda, ‘Bedlam ballroom’ (2000),
su canto de cisne y un trabajo quizás inferior a los anteriores
citados, pero igual de estimulante y que completa una extraordinaria
trilogía. El neo-swing ya es un cadáver putrefacto pero ellos se
resisten a darse por vencidos y Mathus, dirigiendo ya a sus anchas el
cotarro, nos entrega otro puñado de composiciones para enmarcar.
¿Ejemplos?
‘Do what?’, ‘Stop drop and roll’ o ‘Baby wants a diamond
ring’.
A
partir de aquí se produce un parón en la actividad de la banda, que
aprovecha Jimbo pero centrarse en su carrera en solitario, nada que
ver con el sonido de los Zippers; un periodo tan fructífero como
inabarcable, lleno de notables álbumes pero en el que destaca
sobremanera ‘Confederate Buddha’ (2011). Katherine Whalen también
lo intentó en solitario con un primer álbum fascinante con el que
retroceder en el tiempo, ‘Katherine Whalen’s Jazz Squad’
(1999), no desmarcándose para nada de la línea estilística de su
banda y, a partir de aquí, cambió de registro y se diluyó como un
azucarillo. En
2007, cuando ya nadie se lo esperaba, los miembros de la banda
limaron asperezas (eso sí, sin Maxwell ni Mosher), juntándose para
girar por los States y Canadá, y que dará como fruto un
recomendable directo, ‘Lost at sea’ (2008), que nos muestra la
propuesta tan excitante de estos tipos cuando se subían a un
escenario. Con la promesa de un nuevo álbum para 2010 que no
fructificará se vuelven a separar. En
2016 deciden reunirse de nuevo con motivo de la celebración del
vigésimo aniversario de ‘Hot’, pero ¡ay!, causa baja la
maravillosa Katherine, que llevaba unos cuantos años divorciada de
Jimbo, y que supongo no le apetecía nada ver todas las noches la
jeta de su ex marido; y sin su sensualidad y característica voz, los
Squirrel Nut Zippers ya no eran lo mismo. Lo último reseñable del
combo fue la publicación de un nuevo disco, ‘Beast of Burgundy’
(2018), un trabajo muy digno pero lejos de la magia que la banda
desplegó en los noventa.
En
estos días de obligado enclaustramiento, cualquiera de las joyitas
que nos legaron los Zippers en los noventa son ideales para levantar
el ánimo cuando éste tienda a decaer…
Artículo escrito por Little Bastard
me guardé el video para ver si me levanta el ánimo después ja... saludos
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